Semivacías las piscinas, con el agua verde estancada, y desalojado el mostrador que hacía de bar en verano, el pabellón de usos múltiples del pueblo había sido, esta vez, el escenario elegido por la cuadrillita para marcar el paso de su vida, en unas clases de baile que pondrían sus cuerpos en forma. Un, dos, tres, chachachá.
Frente a las espalderas de madera carcomida, a modo de photocall, se consagraba la pista de las Eternas Adolescentes. Caderas de edades avanzadas, embutidas en chándales del Lidl –la que no podía permitirse la imitación de Adidas– se preguntaban, entre ellas, cuál era el radiopatio del momento.
—Chica, ¡pero qué chándal más mono nos traes hoy!
—Maja, pues de oferta lo he pillao.
«Bailando, me paso el día bailando». La canción de Alaska y los Pegamoides sonorizaba la movida madrileña que se traían entre manos. Aquellos tiempos…
—¡Venga, chicas! Damos dos pasos para la derecha y dos, para la izquierda. Derecha… Izquierda… ¡Muy bien, Loles! ¡Venga, que casi lo tienes!
—¡Venga, que casi lo tengo! —vociferó María Dolores mientras daba palmas al unísono.
—Derecha… Izquierda… ¡Y saltamos! Esos culos firmes, a ver si voy a tener que ir yo.
—Uy no, que luego a ver qué le digo yo a mi marido —en el barrio, se decía, se contaba, se rumoreaba, que Laflori-Lasosa suena a marca de sal.
«Bebiendo. Me paso el día bebiendo…».
—Mira, eso sí que lo hago bien: ¡beber! —por algo se la conoce como la alegría de la fiesta.
—Di que sí, Loles —Ladeloschalés intentaba camelarse a la «amiguísima».
«Tengo los huesos desencajados, el fémur lo tengo muy dislocado, tengo el cuerpo muy mal…».
—«¡Pero una gran vida social!» —Laloles y sus desenfrenos.
—Venga, mis chicas, ahora un chachachá. Nos ponemos por parejas —Luismi toma a Ladeloschalés para hacer las indicaciones—. La mano en la cintura, aquí. Y un, dos, tres, chachachá. Otra vez: un, dos, tres, chachachá. ¡Muy bien, Isa!
—Pues a mí no me sale, Luis Miguel —la cuadrillita se alerta cómplice. Todas saben que, cuando Lamaricielo se dirige a alguien llamándolo por el nombre completo, es que está calentita.
—Ahora voy.
Lamaricielo sonríe a Ladeloschalés y suelta un «¡cambio de pareja!» que desfoga toda la emoción contenida. Adelantaba la canción que «la culpa fue del chachachá, sí, fue del chachachá, que me volvió un caradura por la más pura casualidad…».
—Uy, qué brazo más forrrnido tienes, Luismi, ¡cuánto músculo hay aquí contenido!
—¡Venga! Un, dos, tres, chachachá.
—Ay, me voy a agarrar bien, que pierdo el equilibrio.
—¡Venga, Maricielo! No, el pie para el otro lado. Me has pisado, ¡no pasa nada! ¿Qué tal vais chicas? ¿Hacemos un cambio? —el gesto de la líder se altera.
—No, no cambiamos. Enséñame el paso otra vez, que no me sale, Luis Miguel.
—¡Venga, otra canción!
El sofoco del ritmo se hace más jadeante y el rubor asoma por las mejillas de Lamaricielo, que suspira tensa mientras su sonrisa pícara se desdibuja. La melodía, mientras tanto, se escapa a hurtadillas por la rendija de la puerta del pabellón de usos múltiples, de aquel pueblo perdido en una carretera nacional.