El oficio de lector: repercusiones socioculturales de la lectura

Las repercusiones socioculturales de la lectura en el oficio de lector

El oficio de lector: repercusiones socioculturales de la lectura. En este ensayo, exploramos cómo la lectura, cuando se convierte en un oficio, trasciende su rol habitual de entretenimiento o aprendizaje. Célebres escritores analizan las repercusiones socioculturales de este hábito, mostrando cómo el acto de leer no solo moldea al individuo, sino que también influye profundamente en las dinámicas sociales y culturales. Al convertir la lectura en un oficio, se abren nuevas perspectivas sobre su poder transformador y su capacidad de definir la manera en que entendemos el mundo.

EL OFICIO DE LECTOR

LA NECESIDAD IMPERANTE DE SUBYUGAR A LA INCULTURA

Foto de Mario Vargas Llosa. Ensayo El oficio de lector: repercusiones socioculturales de la lectura.
Mario Vargas Llosa. Foto de Daniel Mordzinski

Empezaré por el principio. Siempre hay uno para toda historia, aunque a veces parezca esconderse entre juegos de palabras. El filósofo alemán Schopenhauer valoró: «el arte de no leer es muy importante. Éste consiste en no interesarse en todo cuanto llama la atención del gran público en un momento dado. Cuando todo el mundo habla de cierta obra, recordad que todo aquel que escribe para los imbéciles no dejará de tener nunca lectores. Para leer buenos libros, la condición previa no es perder el tiempo en leer cosas malas, pues la vida es corta (…) Sólo el que saca sus escritos directamente de su cerebro, merece ser leído»1.

Me consta que existe una especie humana desjuiciada capaz de comenzar a leer por el final. La inmediatez impostada por la era digital nos está convirtiendo en seres impacientes y desordenados, educados en el retorcimiento del morbo y en la exigencia de encontrar respuestas inminentes. Planteo los pros y contras de la digitalización en ‘El ego de escritor’. En esta Aldea Global por la que nos dejamos devorar, el crítico y teórico literario estadounidense Harold Bloom sentenció: «descifrar textos en una pequeña pantalla no es leer»2.

Ante la animadversión producida en mí por este comportamiento, el cual apalea y se recrea en nuestras secuelas socioculturales, he indagado sobre la necesidad de otorgarle a la figura del lector un valor merecido; calibrada por la virtuosidad del texto escrito o, de mayor relevancia, de la autoridad de quien lo emite. 

Camilo José Cela, en el episodio ‘El lector’ del espacio ‘Escritores en el Archivo de RTVE’ dirigido por Agustín Remesal, expuso: «Me pasa como a todos los escritores a medida que vamos cumpliendo años. Yo de joven tenía verdadera voracidad por la lectura, leía todo lo que caía en mis manos y si no encontraba leía hasta el prospecto de una medicina. Esto es la veneración de la letra negra sobre el papel blanco. Ahora leo, pero para leer un libro tiene que venir con alguien que merezca crédito»3.

Mi predilección por la escritura me hizo redactar ‘El oficio de escritor’ dónde me preguntaba “por qué escribir” buscando respuestas en escritores de reverencia. El mismo entusiasmo de entonces me ha llevado a posicionarme desde el lado contiguo: el de la lectura; y me he preguntado “por qué leer”. El virtuosismo verbal de Mario Vargas Llosa cede una de las respuestas más convincentes. El escritor peruano resume el gran compromiso social que supone entregarse a la lectura sabiendo hacer usufructo de ella. Regalo sus palabras como colofón del presente ensayo, con la única finalidad de que el lector compruebe si es reo de lo acuciante.

Mi primer recuerdo es con una novela infantil perteneciente al colegio rural donde estudié primaria. Una balda de estantería con una limitada oferta conformaba la biblioteca. La selección corría a cuenta del profesor de Lengua. En aquella jurisdicción costumbrista, curiosamente también el de Matemáticas y el de Conocimiento del Medio. En mis manos cayó Momo, de Michael Ende. Había consumido otros, pero dicha ocasión fue la primera en la cual me recuerdo leyendo por el mero placer de hacerlo. Sus hojas gozaban de haber recorrido por los enredos de otras vidas y llegó a mí con un indiscutible desgaste. Aun con las esquinas raídas, mi madre me lo forró. Soy excesivamente remilgada con el cuidado de algunos ejemplares. Me encariño directamente al simpatizar con el título y las vibraciones transmitidas por su portada. No es una conducta que me enorgullezca, pues a veces transito sus pliegos con excesiva mesura. Tras mi contacto, todavía siguen pareciendo recién sacados de imprenta. 

Me fascinan dos sensaciones de un tomo en físico al inicio del proceso de lectura: si es nuevo, el olor emanado de sus páginas al liberarlas; cuando está manido, la calma de poder usarlo sin cursilería. En este segundo caso, siempre pienso qué viaje habrá tenido hasta llegar a mí. Virginia Woolf apreciaba que «los libros de segunda mano son libros salvajes, libros sin hogar; reunidos en vastas bandadas de plumas abigarradas con el encanto del que carecen los volúmenes domesticados de una biblioteca».

Cuando terminé la novela, me dejé convertir en una persona despistada. Con el paso del tiempo, muté a delincuente. Más de veintidós años después, se conserva con el forro intacto en mi estantería actual, rodeada de otros que han llenado el resto de baldas y de etapas de mi vida. Ni confirmo ni desmiento que sea el único que me esté manteniendo la mirada con cierto sentido de no pertenencia. Es aconsejable no dejarme nunca un ejemplar a la espera de regreso. El gusto por uno de ellos debe comentarse y compartirse como se comparten los buenos amigos. Una vez presentados, quien lo hace asume el riesgo de que la magia surja a sus expensas. 

La relación con un libro es un reto en el cual el individuo se redescubre descubriéndolo. Una intención que amalgama tiempo y compromiso con un fin debido. En un acto egoísta, admito decantarme más por un volumen a estrenar. Disfruto sabiendo que comienza su andadura conmigo. Sin embargo, como ocurre con las personas, cuando llega con indudable bagaje, el disfrute fluye sin sentir la responsabilidad moral de atribuirle un sentido épico. 

Este efecto se diluye actualmente en los nodos de los sistemas electrónicos con el auge del desarrollo de los libros electrónicos y de los audiolibros. Respecto al primer formato, puede resultar de gran valor poder llevar consigo una biblioteca entera en el bolsillo, adecuar el tamaño de las letras a la necesidad de cada persona y un acceso a los textos a más bajo costo.4 Me mantengo devota de lo tangible al tratar de evitar el cansancio visual que me provoca el brillo de las pantallas. En 2013, en un estudio realizado por científicos de Estados Unidos y Corea del Sur se llegó a la conclusión de que los lectores de noticias impresas recuerdan “significativamente más” que los de artículos online. Y esto, del mismo modo, está relacionado con la concentración.5 En el otro grupo, excede mencionar que los audiolibros no se leen, se escuchan. En su primera acepción, la RAE aclara el término de leer como “pasar la vista por lo escrito o impreso comprendiendo la significación de los caracteres empleados”. Sin embargo, también lo define como “entender o interpretar un texto de determinado modo”. En este último caso, se incluiría dicho concepto, según Fundéu como ‘audiolector’ o ‘lector de audiolibros’.6 A mi convencimiento, fiel a lo tradicional, acepto la evolución sin pretender desvirtuar lo normativo. Salvo en ocasiones justificadas por algunas incapacidades de comprensión lectora para quien se acerca a lo escrito, leer es leer y escuchar es escuchar. No hay más misterio dónde no lo hay.

«La relación con un libro es un reto en el que individuo se redescubre descubriéndolo»

Continué la grata experiencia con una adaptación infantil de Agustín Sánchez Aguilar sobre Don Quijote. Fina y similar a una revista, tenía una cubierta brillante en la cual se vislumbraba una ilustración de Sancho Panza y el Caballero de la Triste Figura.

En este periodo descubrí que la literatura construía ventanales extraordinarios por los que asomarme a divisar unos espacios infinitos, cimentados cómplices entre el autor y mi percepción. De alguna manera, comencé a sentir que la visión revelada ante mí me pertenecía en exclusividad, pues en otra persona, las mismas frases despertarían impresiones diferentes. Joseph Conrad consideró: «el autor solo escribe la mitad del libro, de la otra mitad solo debe preocuparse el lector». Cuando abría la cubierta de la obra y frotaba la lámpara mágica, una puerta teletransportadora me situaba en universos imposibles de alcanzar por otro acceso. 

Vargas Llosa recuerda con gratitud lo que supuso para él este vínculo cuando era niño: «Aprender a leer fue para mí un hecho absolutamente fundamental, recuerdo con enorme entusiasmo, con enorme alegría, lo que fueron las primeras historias que podía leer, de tal manera que la lectura se convirtió desde esa edad, que era una edad muy pequeñita, en el gran placer de mi vida»7Asimismo, añade que él «vivía, no leía las historias», motivo por el cual se originó «probablemente su vocación de escritor nacida del placer que le produjeron esos libros»8.

Jorge Luis Borges relató cómo su padre le aconsejó leer lo que realmente le gustara: «Habría que pensar en la lectura y en la escritura también– como forma fácil no sé si de la felicidad, pero sí del agrado, del placer (…) Mi padre me dijo que leyera mucho, pero que solo leyera lo que me daba emoción. Que no leyera por disciplina o porque un autor fuera clásico o fuera moderno, o estuviera de moda o ya no estuviera de moda; que leyera simplemente textos que me emocionaran»9.

José Manuel Caballero Bonald, Premio Cervantes 2012, reflexionó: «Si no se inculca en los niños el amor por el libro, la libre aventura de leer, incluyendo la opción a sustituir un libro que no agrade por otro (…) seguirá produciéndose el consumo de ínfimos productos de la subliteratura»10.

Esta opinión del escritor español me ha evocado las palabras dedicadas en su antología de ensayos ‘Oficio de lector’ a su primer acercamiento leyendo a Miguel de Cervantes. Comentó así: «Mis primeros juicios sobre don Quijote, aun siendo defectuosos, siguen teniendo para mí el valor de un punto de partida, al menos tal como alcanzo todavía a evocarlos después de tantos años. (…) Aun soy capaz de sentir la emoción que me proporcionó ese acercamiento a la gran novela»11.

Al terminar con la adaptación sobre el ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha, me aventuré con la original. El nexo retórico de una sintaxis y un léxico impecable, dificultó mi comprensión lectora a tan temprana edad. En ocasiones, todavía me acompaña esta sensación cuando me enfrento a la lectura de algunas obras con las expectativas de que mi mente deba poder asimilarlas para consumirlas en su plenitud. En palabras de Richard Ford, «todavía siento, de vez en cuando, temor y admiración ante la literatura, generalmente en una novela y a menudo con tanta intensidad que no puedo descomponerla satisfactoriamente»12.

Aprecio un continuo trabajo por afrontar en la mejora del hábito de leer para testificar un verdadero oficio. Se aprende a ser un lector competente como quien supera niveles al hablar un idioma nuevo o aventaja destrezas viéndose capaz de tocar un instrumento. Ford aprendió con veinticinco años cuando estudiaba en la escuela de posgrado y trataba de decidir si debía comenzar a escribir relatos.

Foto de Nabokov. Ensayo El oficio de lector: repercusiones socioculturales de la lectura.
Vladímir Nabókov. Foto de Carl Mydans

De la mano de Vladimir Nabokov con ‘Lolita’, su novela más polémica y afamada, recuperé la confianza en la literatura o, quizá, transcribiendo de nuevo a Ford: «Simplemente tengo una experiencia del caos literario más agradable que la que tenía en otro tiempo»13.

Nabokov lanzaba un cuestionario a sus alumnos al comienzo de curso, donde deliberaba sobre los condicionantes necesarios para madurar a lector cualificado. Rigen la espina dorsal: poseer memoria, usar diccionario, beneficiarse de imaginación y gozar de sentido artístico. 

Es congruente su estimativa; quizá algo limitante la valoración sobre complacerse de sensibilidad artística o servirse de creatividad para quienes, alejados de la prosa ficcionada, la narrativa poética o similares con propósito de deleite o entretenimiento, se acercan con una finalidad formativa o informativa. El escritor ruso puntualizó su explicación al considerar que las novelas no deberían buscar lo didáctico y que los lectores deberían hallar una voluntad estética en los detalles de la estructura y el estilo empleado:14 «Tiene que establecerse un equilibrio armonioso y artístico entre la mente de los lectores y la del autor. Debemos mantenernos un poco distantes y gozar de ese distanciamiento a la vez que gozamos intensamente de la textura interna de una determinada obra maestra (…). Todo lo que vale la pena es en cierto modo subjetivo»15.

Caballero Bonald expuso varias motivaciones, las cuales pueden sumergirnos en las páginas: «Personalmente, leo por razones estéticas, sin atender mayormente a otros aspectos argumentales, a todas esas copias miméticas de la realidad (…) Yo leo por el placer estético que me produce la poesía o la prosa que va más allá de las palabras propiamente dichas. Si el libro que leo no me seduce por ese camino, lo abandono, adiós muy buenas. Pero también entiendo a los que leen por instruirse, por distraerse, y compadezco a los que leen por obligación»16.

A mi parecer, los libros concernientes a cualquier género literario– deben estudiarse en vez de leerse. Un juicio abigarrado si se entiende como técnica de escoger un estuche de subrayadores fluorescentes y pósits brillantes para convertir el ejemplar en una mezcolanza de colores. Valoro estudio en el sentido de introspección. En términos cinematográficos, en la idílica intención de concebir un arco de transformación en el lector desde el inicio del proceso a los días de duelo sucedidos tras completarlo. Aún en la posibilidad de encontrarse con narraciones que provocan insatisfacción o indiferencia (en aquellos casos en los cuales Caballero Bonald menciona la desidia y el “adiós, muy buenas”) se manifiesta esta decepción como una reflexión en sí misma.

Superada la apatía, Nabokov explica este planteamiento reflexivo con una selección de palabras más precisa. Al igual que en las aulas de guion se insiste en que escribir es reescribir; a su juicio, los libros no se leen, se releen. La superficialidad de una primera lectura resulta insuficiente, y cultivar la memoria es fundamental para suplir o perpetuar la experiencia lectora: «al leer, debemos fijarnos en los detalles, acariciarlos»17. La retentiva permite recrearse en los pormenores de las historias. Como resultado, el escritor venera a un lector de nota cuando es activo y, por ende, relector. Simon Leys coincide: «El mayor placer de leer está en la relectura»18.

Únicamente quien ha aprendido y aprehendido el arte de saber leer, es capaz de honrarse con obras exigentes. A este procedimiento, Ford lo interpreta como «otra de las grandes lecciones de la literatura pertinentes para la vida, que consiste en sentir placer en aprender primero y luego desaprender»19.

«Únicamente quien ha aprendido y aprehendido el arte de saber leer, es capaz de honrarse con obras exigentes»

Coexiste una idiosincrasia donde confluyen quienes muestran predisposición para aprender el hábito, tienen virtud para la escritura y asumen el privilegio honorable de la opinión. Los elegidos. Como si de las siete capas de la Tierra se tratara, en el núcleo interno convergen ambas fuerzas motrices de todo escrito en una cota a la que sobreponerse como lector. Recuerdo a dos de mis profesores universitarios, quienes me valgo de las palabras de Richard Ford cuando habla de Howard Babb, el suyo– «ejercieron una influencia directa y extraordinariamente valiosa»20 sobre mi inclinación al oficio de escribir y a la lectura. Dedicaron una parte de la asignatura a la importancia de aprender a “leer como escritores”. He rescatado esta voluntad rememorada por el escritor estadounidense en ‘Flores en las grietas’. Dicho método es aplicable a quien hace de ella su vocación de escritor/a. Primeramente se va profundizando en la dinámica de identificar rasgos formales, pautas léxicas, estructura dramática y puntos de vista de las obras leídas para, después, adaptarlos indirectamente a los escritos. Adquirir dichas referencias otorga un dominio el cual, como consecuencia, distingue los buenos escritores de los que «parecen una dieta sin sal ni azúcar»21. Esta última, una expresión maravillosa de Truman Capote.

Concluyo la voluntad de este ensayo con la declaración de intenciones prometida.  Mario Vargas Llosa lanza un dardo que atraviesa directo la humanidad: «La literatura es el mejor antídoto contra la barbarie»22En su discurso de entrega del Premio Nobel de Literatura 2010, conquistó con sus palabras al pronunciar: «la buena literatura tiende puentes entre gentes distintas y, haciéndonos gozar, sufrir o sorprendernos, nos une por debajo de las lenguas, creencias, usos, costumbres y prejuicios que nos separan. (…) Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos; más conformistas, menos inquietos e insumisos y el espíritu crítico, motor del progreso, ni siquiera existiría»23.

Son tiempos en los cuales la literatura habita en comuna con un incremento de competencia, sostenido por las televisiones y plataformas de series y películas, la saturación de redes sociales y la sobrecarga de contenido. En las luces y sombras de esta proyección de florecimiento, la penumbra disimula la ausencia de autoridad en los argumentos emitidos y, lo que genera mayor pesadumbre, camufla el riesgo de enterrar en la ignorancia a las nuevas generaciones. 

La crítica literaria feminista Carolyn Heilbrun escribió hace más de una década: «La juventud de hoy, por las razones que sean, ya no acude a la literatura y a lo que solemos llamar ‘cultura’ como la fuente de sabiduría y experiencia. La juventud responde más bien a una cultura alternativa casi siempre transmitida por medios electrónicos. Si los estudiantes están dispuestos a considerar que la literatura es capaz de darles información sobre cualquiera de los aspectos de la vida, llegarán a convencerse de que la literatura tiene la misma capacidad de exploración revolucionaria que sus propias vidas»24.

Por ello, en la eterna crisis política y social con la que convivimos, elogiar la lectura como Vargas Llosa arroja la claridad esperanzadora necesaria en estos momentos: «La literatura crea insatisfacción con el mundo como es, porque no se corresponde con el mundo que somos capaces de inventar. (…) El mundo que nos inventamos siempre es más rico, más profundo y más diverso que el que existe en realidad. Eso nos hace rebelarnos y trabajar para conseguir ese mundo mejor. (…) Esto lo percibe de una forma mucho más profunda– un lector crítico, analítico, que una persona que está expuesta únicamente a los nuevos lenguajes audiovisuales. Una sociedad democrática tiene que estar impregnada de buena literatura. Un pueblo lector no se deja engañar tan fácilmente por el nacionalismo o la demagogia»25.

En definitiva, ante la necesidad imperante de subyugar a la incultura, leer nos hace libres.

«Leer nos hace libres»

Foto de Caballero Bonald. Ensayo El oficio de lector: repercusiones socioculturales de la lectura.
José Manuel Caballero Bonald. Foto de Ignacio Gil

1 LEYS, S., “La felicidad de los pececillos. Cartas desde las antípodas”, pg. 35. Editorial Acantilado, 2011

2 LEYS, S., Ídem. Pg. 105

3 JOSÉ CELA, C., véase Escritores en el Archivo de RTVE

4 VÁZQUEZ, C., ¿Qué es mejor, leer libros impresos o electrónicos?”, elDiario.es

5 VÁZQUEZ, C., Ídem, elDiario.es

6 CANTÓ, P., Cfr. ¿Escuchar un audiolibro cuenta como leer? El debate millonario llega a España”, El Confidencial

7 VARGAS LLOSA, M., Es el momento de crear lectores en el mundo”, La Vanguardia

8 VARGAS LLOSA, M., Cfr. Ídem, La Vanguardia

9 BORGES, J.L., “Sobre la escritura: conversaciones en el taller literario”, pg. 18. Editorial Fuentetaja, 2017

10 CABALLERO BONALD, J.M., Artículo de Winston Manrique Sabogal: “Caballero Bonald o el placer de leer por razones estéticas”, El País

11 CABALLERO BONALD, J.M., “Oficio de lector”, pg. 32, Editorial Seix Barral, 2013

12 FORD, R., “Flores en las grietas”, pg. 68. Editorial Anagrama, 2012

13 FORD, R. Ídem

14 G.T. Cfr. Artículo “Si te consideras un buen lector deberás pasar este test de Vladimir Nabokov”, Diario La Opinión

15 NABOKOV, V. “Curso de Literatura Europea”, pg. 15. Editorial Brugera, 1983

16 CABALLERO BONALD, J.M., Ídem, El País

17 NABOKOV, V., Ídem, pg. 13

18 LEYS, S., Ídem, pg. 80

19 FORD, R., Ídem, pg. 69

20 FORD, R., Ídem. pg. 55

21 CAPOTE, T., “Desayuno en Tiffany’s”, pg. 30, Editorial Anagrama, 1997

22 VARGAS LLOSA, M., Artículo de Adriana Bertorelli. El Español

23 VARGAS LLOSA, M. Discurso Premio Nobel de Literatura 2010

24 FORD, R., Ídem, pg. 31

25 VARGAS LLOSA, M., Ídem, El Español

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