Como el tema va de egos, y todavía me queda apurar el vino de mi copa, os dejo algunas recomendaciones de quienes han vivido exclusivamente de las palabras:
El primer consejo que el escritor Juan Goytisolo daría a los escritores que ahora comienzan, “sería que renunciaran desde el principio a vivir de la pluma, que buscaran y ejercieran actividades paralelas. Las razones económicas explican en gran parte todo ese magma monstruoso de obras reiterativas, de escritura irresponsable que inunda el mercado editorial, convirtiendo de paso a los novelistas en gallinas ponedoras (algunos incuban con rapidez pasmosa)”9.
El narrador y poeta William Faulkner estimaba que “el escritor joven que siga una teoría es tonto”10 y consideraba que uno nunca debe sentirse satisfecho con lo que escribe, porque nunca se es tan bueno como se podría ser. Añade que “siempre hay que soñar y apuntar más alto de lo que uno sabe que puede apuntar y no preocuparse por ser mejor que sus contemporáneos o predecesores, sino tratar de ser mejor que uno mismo” 11. En relación a esta idea, Franz Kafka puntualiza con una similar: “No debo sobrevalorar lo que he escrito; con ello sólo hago inalcanzable lo que quiero escribir”12.
Augusto Monterroso, en su decálogo del escritor, previene: “Cree en ti, pero no tanto; duda de ti, pero no tanto. Cuando sientas que dudas, cree; cuando creas, duda. En esto estriba la única verdadera sabiduría que puede acompañar a un escritor”13. La misma dicotomía de la que no podía despegarse Virginia Woolf. La escritora expresó en su diario: “Nota: desesperación ante lo malo que es el libro; no alcanzo a comprender cómo fui capaz de escribir semejantes páginas, y con tanta excitación; esto fue ayer: hoy vuelve a parecerme bueno. Escribo esta nota para advertir a otras Virginias que escriben otros libros que así es la cosa, ahora arriba, ahora abajo. Y sólo Dios sabe la verdad”14.
Ernest Hemingway, a la pregunta sobre cuál consideraba que era el mejor adiestramiento intelectual para el aprendiz de escritor, respondió: “Digamos que debería ahorcarse, porque escribir bien es intolerablemente difícil. Entonces alguien debería salvarlo sin misericordia y su propio yo debería obligarlo a escribir tan bien como pudiera el resto de su vida. Así, cuando menos, tendría la historia del ahorcamiento para comenzar”15.
Valorando la dificultad de la que habla Hemingway, escribir bien es aprender a analizar la ficción y a reconocer los símbolos que aparecen en ella. Varios de mis profesores de escritura coincidieron en reflexionar sobre el mismo planteamiento: aprender a leer como escritores, desde dentro, pensando si lo haríamos de otra forma. El escritor Tobias Wolff, que admite que muchos de sus cuentos tienen algo de Hemingway o Chéjov, acuña el concepto mosaico: “De una manera extraña, somos como mosaicos, nos repetimos, aunque creemos que lo que hacemos es original. Siempre hay algo de imitación en lo que se escribe”16. Simon Leys transcribe lo que decía el poeta y dramaturgo T.S. Eliot: “Los poetas inmaduros imitan; los maduros, roban”17. Es el consuelo que nos queda.