EL EGO DE ESCRITOR

CONVIÉRTETE EN ESCRITOR EN SEIS SENCILLOS PASOS

Raymond Carver. Foto de Bob Adelman

Espero que no te lo hayas creído. En palabras de Richard Ford, «sé que soy sensible a este aire peculiar que todos respiramos y que se supone que nos inspira»1. Es una frase extraída de un contexto en el que el autor reflexiona sobre lo difícil de comenzar a escribir hoy, «en un tiempo universitario en el que relatos y novelas son reducidos a la condición de textos a los que se atribuye el significado opuesto al que evidentemente tienen y cuyos privilegiados autores creen insensatamente que tienen»2. Titulares como el encabezado irónicamente en este ensayo derriban la maestría de transitar el camino desde el pensamiento a la escritura atravesando el puente de la lectura.

La Aldea Global se constituye como un espacio productivo de intercambio de conocimientos y brinda posibilidades de desarrollar procesos de aprendizaje autodidactas. Del progreso actual de los medios electrónicos de comunicación emergen personas autónomas e independientes. Ahora bien, las consecuencias socioculturales de esta reciprocidad inmediata y fácilmente accesible computan, al otro lado de la balanza, su gran hándicap: recorridos infinitos por los nodos de la red sin garantías de calidad. Debido al crecimiento de un infinito catálogo de información, aumenta proporcionalmente la falta de exigencia con el contenido consumido. Se cohabita con aseveraciones que prometen revelar los secretos del éxito y relegan la importancia de invertir tiempo en formación y trabajo a la absurdez de limitarlo con pasos. Como resultado, una brecha de doble filo: ante el alzamiento de oportunidades para las mentes inquietas, la sociedad asume el riesgo de anegarse de “lunáticos cucú”. La fatal consecuencia: los sectores creativos se saturan por el intrusismo laboral y el sector literario queda colapsado por “ideas de taxista”.

Richard Ford desvela el verdadero secreto para lograr la perfección en lo escrito, mencionando a su compañero Raymond Carver: «Nunca le oí hablar de talento. Los escritores serios casi nunca lo hacen, porque saben, si es que algo saben, que el talento no es más que el primer paso requerido y que muchos que tienen talento no llegan nunca a nada, que es muy difícil calificar el talento y que éste solo promete, pero normalmente no produce. Lo que produce y Ray lo sabía, yo lo sabía (…) es “estar en tu puesto” como decía Ray, esto es, estar allí, presente en tu trabajo. Tampoco es necesario hablar de suerte. La suerte sí que produce; por un tiempo le acompañó y él la amó como a una hermana»3. Carver afirmaba no conocer escritor alguno sin talento: «La contemplación exacta, la única forma de expresar aquello que se ha visto requiere algo más (…) Eso es lo que diferencia a un escritor de otro. No se trata de talento. Hay mucho talento a nuestro alrededor. Pero un escritor que posea esa forma especial de contemplar las cosas, y que sepa dar una expresión artística a sus contemplaciones, tarda en encontrarse»4.

«El ego es la copa de vino de más»

El ego es la copa de vino de más. El escritor de Madame Bovary, Gustave Flaubert, consideraba que «el artista en su obra debe ser como Dios en su creación: invisible y todopoderoso, ha de sentírsele en todas partes sin que se le vea en ninguna»5. Cuando estudié escritura creativa, anoté en mi libreta: “leemos buscando una mente más inteligente que nosotros”. Considerable elogio al deleite artístico por parte del lector o espectador desde una perspectiva respetuosa. Contrariado argumento cuando es ocasionado bajo la autoestima desmedida del escritor. Seguí con mis anotaciones: “si quieres ser escritor, no inventes nunca nada; la realidad es mejor”. Quien se entrega al acto de escritura, lo hace al sentir que tiene algo que contar. La intención es tejer las palabras bajo el reto de la seducción. Sin embargo, debido a la presión de evitar el efecto contrario, el hastío, se puede caer fácilmente en el tópico o en el exceso de verborrea. Expresaba el dramaturgo y guionista francés Sacha Guitry que «hay personas que hablan y hablan hasta que encuentran algo que decir». En escritura es el colosal complejo de creerse más escritor cuanto más farragoso y barroco sea lo escrito. Suele darse en escritores jóvenes, en ciernes, o en falsos escritores (como se menciona en el ensayo ‘El oficio de escritor’, en “escribidores”). Es la vulnerabilidad de confundir lo ininteligible con lo profundo. En el otro extremo, donde la sintaxis también está un poco achispada, se encuentran quienes publican bajo un título de frase hecha, un par de sentimentalismos y muchas ilustraciones. Hacen funciones de escritores y también de filósofos. Lo demuestran reflexionando superfluamente sobre los tres temas básicos en escritura: amor, vida y muerte. En esta disyuntiva, la exuberancia de palabras da como resultado la escasez de conceptos y, aunque Stendhal bien mencionó que la literatura es el arte de la omisión, consideremos no confundir sencillez con simpleza.

En voz de Jorge Luis Borges: «He conocido muchos poetas que han escrito bien, muy buen material, con un modo delicado, pero si hablas con ellos lo único que te dirán son cuentos sucios, o hablarán de política como cualquier otro, por lo que su literatura se convierte en una especie de manifestación marginal (…) No eran verdaderos poetas o escritores. Se trataba de un truco que habían aprendido y lo habían aprendido sumamente bien. (…) La idea de que la literatura es sólo un juego de palabras, que fue lo que sostuvieron Gracián, Góngora y, a veces, Quevedo, es radicalmente falsa. Lo fundamental es la carga de pasión del pensamiento que se transmite a través del lenguaje y, diría, a veces, a pesar del lenguaje»6. En 1976, Joaquín Soler Serrano le entrevistó en su programa literario ‘A fondo’ de Radio Televisión Española. Una entrevista de las de lección, en la que el escritor expresó: «Cuando yo empecé a escribir era un joven barroco, como todos los jóvenes lo son, por timidez. El escritor joven sabe que lo que dice no tiene mucho valor y quiere esconderlo simulando ser un escritor del siglo XVII o del siglo XX, pero ahora yo no pienso ni en el XVII ni en el XX, sino simplemente en expresar lo que quiero y trato de hacerlo con las palabras habituales, porque solo las palabras que pertenecen al idioma oral son las que tienen eficacia. Es un error suponer que todas las palabras del diccionario pueden usarse».

La escritora Flannery O’Connor estimó que «un escritor no escribe porque esté provisto de emotividad, porque entonces cualquiera sería escritor. Ni siquiera por la calidad o elevación de sus sentimientos. El mandato del escritor es construir bien su obra, en cuyo exigente proceso artístico los sentimientos “entran” como material que ha de ser elaborado e integrado (…) Para la mayoría de la gente es mucho más fácil expresar una idea abstracta que describir un objeto que está viendo realmente»7. Simon Leys, escritor, ensayista e historiador de arte, valoró que «el hombre sensato no se deja impresionar por la firma al pie de la obra, sino solo por la calidad de la obra en sí misma»8.

Ernest Hemingway. Foto de Earl Theisen

Al margen de ambos extremos, cuando no se es escritor de juguete, uno puede identificarse con estos perfiles: escritor de mapas, estructural, o escritor de brújula, instintivo. Los “de mapas” diseñan el argumento y estructuran la trama antes de ponerse a escribir. Los de “brújula” empiezan con una idea y desarrollan el argumento a medida que escriben. No quiere decir que la idea de partida esté apenas pensada. Stephen King se declara escritor de brújula en su libro ‘Mientras escribo’ y parte de un concepto elaborado, aunque en el transcurso desarrolla las varias opciones que se le van ocurriendo. El secreto: reescribir, sinónimo de trabajar.

Como el tema va de egos, y todavía me queda apurar el vino de mi copa, dejo algunas recomendaciones de quienes han vivido exclusivamente de las palabras:

El primer consejo que el escritor Juan Goytisolo daría a los escritores que ahora comienzan, «sería que renunciaran desde el principio a vivir de la pluma, que buscaran y ejercieran actividades paralelas. Las razones económicas explican en gran parte todo ese magma monstruoso de obras reiterativas, de escritura irresponsable que inunda el mercado editorial, convirtiendo de paso a los novelistas en gallinas ponedoras (algunos incuban con rapidez pasmosa)»9.

William Faulkner, narrador y poeta, estimaba: «el escritor joven que siga una teoría es tonto»10 y consideraba que uno nunca debe sentirse satisfecho con lo que escribe, porque nunca se es tan bueno como se podría ser. Añadió: «siempre hay que soñar y apuntar más alto de lo que uno sabe que puede apuntar y no preocuparse por ser mejor que sus contemporáneos o predecesores, sino tratar de ser mejor que uno mismo»11. En relación a esta idea, Franz Kafka puntualizó con una similar: «No debo sobrevalorar lo que he escrito; con ello sólo hago inalcanzable lo que quiero escribir»12.

Augusto Monterroso, en su decálogo del escritor, advirtió: «Cree en ti, pero no tanto; duda de ti, pero no tanto. Cuando sientas que dudas, cree; cuando creas, duda. En esto estriba la única verdadera sabiduría que puede acompañar a un escritor»13. La misma dicotomía de la que no podía despegarse Virginia Woolf. La escritora expresó en su diario: «Nota: desesperación ante lo malo que es el libro; no alcanzo a comprender cómo fui capaz de escribir semejantes páginas, y con tanta excitación; esto fue ayer: hoy vuelve a parecerme bueno. Escribo esta nota para advertir a otras Virginias que escriben otros libros que así es la cosa, ahora arriba, ahora abajo. Y sólo Dios sabe la verdad»14.

Ernest Hemingway, a la pregunta sobre cuál consideraba que era el mejor adiestramiento intelectual para el aprendiz de escritor, respondió: «Digamos que debería ahorcarse, porque escribir bien es intolerablemente difícil. Entonces alguien debería salvarlo sin misericordia y su propio yo debería obligarlo a escribir tan bien como pudiera el resto de su vida. Así, cuando menos, tendría la historia del ahorcamiento para comenzar»15.

«Si quieres ser escritor, no inventes nunca nada; la realidad es mejor»

Ante esta valoración sobre la dificultad mencionada por Hemingway, considero que para escribir bien se requiere un tiempo de aprender a analizar la ficción y reconocer los símbolos que aparecen en ella. En el ensayo ‘El oficio de lector’ dedico unas líneas al acertado concepto «aprender a leer como escritores”, desde dentro, pensando en si lo escribiríamos de otra forma. Tobias Wolff admite que muchos de sus cuentos tienen algo de Hemingway o Chéjov y acuña el concepto mosaico: «De una manera extraña, somos como mosaicos, nos repetimos, aunque creemos que lo que hacemos es original. Siempre hay algo de imitación en lo que se escribe»16. Simon Leys transcribió al poeta y dramaturgo T.S. Eliot: «Los poetas inmaduros imitan; los maduros, roban»17. Es el consuelo que nos queda.

Apuro el último sorbo de vino con Jorge Luis Borges. Supe de su existencia más tarde de lo que me hubiera gustado. Aunque, pensando con flow, de la manera más original en la que se puede conocer a un escritor-poeta: por una canción de rap. Escuchaba ‘Enero’, del álbum ‘Curso básico de poesía’, de Rapsusklei, Sharif y Juaninacka. La intro es la voz de Borges en la entrevista que he mencionado más arriba. Ante la reflexión del presentador Joaquín Soler: «Yo pienso que convertir los sentimientos en matemáticas es realmente algo muy complicado y muy hermoso», el autor manifestó: «la tarea del Arte es transformar lo que nos ocurre continuamente. Transformar todo eso en símbolos, transformarlo en música, transformarlo en algo que puede perdurar en la memoria de los hombres. Es nuestro deber ese, tenemos que cumplir con él. Si no, nos sentimos muy desdichados». Fue entonces cuando quise comenzar a formar parte de ese “nuestro deber” y empecé a interesarme por su experiencia como escritor. Cuando el presentador le pregunta qué distancia ve él hablando de la evolución entre el Borges de hace veinte años y el de entonces, el autor responde que ha aprendido astucias, destrezas y modestias, pero esencialmente es el mismo que era cuando publicó su primer libro: «qué más puede pedir un escritor, porque aspirar a un libro ya es demasiado». Escribió porque para él no había otro destino y lo relató de esta manera: «al otro Borges es a quien le ocurren las cosas (…) Yo vivo, yo me dejo vivir para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica (…) No sé quién de los dos escribe esta página»18.

Con esta sentencia de Borges, decido “no más vino por hoy”. Creía diferenciar entre dos clases de ego: el comedido (en ocasiones, justificado) y el descomunal (que lapida en vida). En realidad, se trata del mismo; solo que cualquiera no se lo puede permitir. 

«Creía diferenciar entre dos clases de ego: el comedido (en ocasiones, justificado) y el descomunal (que lapida en vida). En realidad, se trata del mismo; solo que cualquiera no se lo puede permitir»

Jorge Luis Borges. Foto de Ferdinando Scianna

1 FORD, R., “Flores en las grietas”, pg. 12. Editorial Anagrama, 2012

2 FORD, R., ídem. pg. 11

3 FORD, R., ídem. pg.141

4 CARVER, R., “El oficio de escritor”, Recopilación de Ana Ayuso, pg. 91. Editorial Fuentetaja, 2002

5 FLAUBERT, G., ídem, pg. 175

6 BORGES, J.L., ídem, pg. 25

7 O’CONNOR, F., José Manuel Mora-Fandos en “Flannery O’Connor y el arte de la escritura”, El debate de hoy, 2019

8 LEYS, S., “La felicidad de los pececillos. Cartas desde las antípodas”, pg. 14. Editorial Acantilado, 2011

9 GOYTISOLO, “El oficio de escritor”, ídem, pg. 142

10 FAULKNER, W. ídem, pg. 137

11 Íbid.

12 KAFKA, F. ídem, pg. 148

13 MONTERROSO. ídem, pg. 148

14 WOOLF, V. ídem, pg. 80

15 HEMINGWAY, E. ídem, pg. 173

16 WOLLF, T. Artículo de Lucas Bertelloti “El oficio de escribir, la sabiduría de Tobias Wolff”, Crónicas de calle, 2013

17 LEYS, S. “La felicidad de los pececillos. Cartas desde las antípodas”, ídem, pg. 33

18 BORGES, J.L., “El oficio de escritor”, ídem, pg. 79

COMPARTIR