Cualquier espectador comprende, alaba y aplaude que ese padre, que ha quedado desamparado y no es arropado por la justicia, asesine a los dos hombres que le arrebataron a su familia. La versión del guion trata de exponer que da igual el bien o el mal moral de la acción. Lo que importa es la acepción que le demos a la ética: “Matar está mal, pero ellos lo hicieron primero”, lo que no deja de ser un hecho igualmente y perversamente malo. Es por tanto necesario plantear el problema moral desde otra perspectiva más amplia o menos próxima a las pasiones humanas más viscerales que den respuesta a la pregunta: ¿cualquier medio puede justificar cualquier fin, por muy importante que sea? La respuesta, desde el lado más positivo, debe estar considerada en función de la autoría del fin. En el caso que se expone, el “fin” está ligado a corregir la mecánica judicial amparándose en su ineficiencia y, por lo tanto, resultando “injusta” para justificar el “medio” basado en asesinar con la “misma impunidad” que se pretende enjuiciar y corregir. El resultado final pone de manifiesto que el medio es desproporcionado al fin pretendido y, desde una acepción positiva, no es admisible.
El juicio social y sus posibles consecuencias son tenidos en cuenta por el sujeto que decide como parámetro crucial en sus cálculos, que podría traducirse menos ampulosamente como “haz siempre lo que consideres mejor”. El problema con el que se enfrenta el individuo que decide, no es la validez general de la ecuación «el fin justifica los medios», sino el de decretar si un medio determinado justifica un fin determinado, evaluados ambos en su compleja totalidad1.
A medida que avanza la historia, el sentimiento de venganza retroalimentado por la locura del padre, va en aumento convirtiendo a todas las personas implicadas en el caso, en objetivo siniestro de muerte por parte del padre que, simultáneamente se convierte en asesino. Esos crímenes provocan en sus respectivas familias el mismo vacío y desolación que experimentó el protagonista convertido socialmente en un asesino culpable. Surge entonces el verdadero debate que el espectador interioriza analizando su conversión del “antes sí, pero ahora no”. La empatía se debilita y el espectador deja de verse reflejado en el padre, convirtiéndose en antagonista del mismo. Quedando así de manifiesto los tres diferentes aspectos a considerar en la historia versionada: la moralidad de la acción (la acción de asesinar es inmoral), la moralidad del resultado (del mismo modo resultan nuevos asesinatos que también son inmorales) y, finalmente, la moralidad de la persona que ejecuta la acción (que como se comprueba, acaba convirtiéndose en un psicópata, también inmoral)2.