SOMOS PRODUCTO DE NUESTRA CREACIÓN

Ha sido el siglo XXI el que ha amanecido envolviendo al mundo globalizado en una grave crisis económica; resultado, sin duda, de una crisis de valores, como tendencia transversal de la sociedad. Una sociedad confusa y desorientada, incapaz de distinguir entre egoísmo y solidaridad; sin resortes para la defensa de las personas. En este marco de penuria socioeconómica, se desenvuelven los medios de comunicación adaptándose a las nuevas demandas de una sociedad tan maltratada. Y es en esta situación tan caótica, donde los agentes socializadores tienen –tenemos– una función muy importante que asumir como Cuarto Poder: la divulgación y defensa de valores éticos.

En este contexto, como contrapunto a lo deseable, florece toda una picaresca que pretende dar respuesta a una supuesta audiencia que demanda “encuadres de evasión” a base de productos de entretenimiento. Desde un punto de vista puramente de negocio, se antepone la rentabilidad de estos ‘espacios’ a cualquier concepto de calidad, valorándolo como un producto de marketing cuyo indicador más fiable lo dan los índices de audiencia. Criterios como la prelación, la ordenación, el rigor, la responsabilidad o la reflexión, quedan relegados a un simple concepto de rentabilidad, donde los formatos de entretenimiento se supeditan a las reglas mercantiles y, como tal, susceptibles de devaluarse hasta el punto de convertir el infoentretenimiento en un producto que traspase la difusa línea que separa la honestidad de la fatuidad.

«Somos nosotros mismos los que estamos en juego»

A esta supuesta contradicción, hay que tener en cuenta la gran demanda de información que ha confluido con las nuevas tecnologías. En palabras de Marc Andreessen, “el negocio de los medios de comunicación se va a multiplicar por diez en la próxima década”1. En consecuencia, surge el efecto llamada de los grandes lobbying que no hacen sino agravar el problema acuñando el principio del “todo vale”, constatando el retroceso cultural que estamos sufriendo. Nosotros, los medios, nos mimetizamos con nuestra propia audiencia, a su imagen y semejanza, fruto de lo que somos susceptibles de producir. La pregunta obligada de nuestro planteamiento profesional surge inequívocamente: ¿somos un producto de nuestros propios medios? Quizá la respuesta la debamos encontrar en la opinión de S. MCCOY: “si la vieja escuela del periodismo no quiere convertirse en irrelevante, no tiene que hacer contenido viral, sino viralizar el contenido”2.

Pensar siempre con “respeto” y “empatía”. Respeto a nuestra sociedad, de la que los medios también forman –formamos– parte. Respeto al tiempo limitado y a la dignidad de nuestra audiencia. Respeto a nuestro tiempo, el de los medios, que también está restringido. Comprometernos a separarnos del abuso que ejercemos sobre la mente de quienes nos reciben. El prolífico abuso que hacemos sobre la sociedad de la que partimos. “La telerrealidad tiene la capacidad de influir en la sociedad, ya que proyecta valores –o falta de valores– y modelos de conducta en atractivos envoltorios. Los realities ensalzan –de forma más o menos explícita– modelos de comportamiento y valores contrarios a los que comparte la mayoría de la sociedad (…) y presentar como reales hechos, total o parcialmente ficticios, constituye una herramienta tan poderosa como potencialmente nociva”3. Nos dirigimos a una sociedad que nosotros mismos contribuimos a crear. La comunicación la debemos entender como lo hizo Leo Bogart: una industria que se retroalimenta de la interconexión entre “creatividad, negocio y responsabilidad”4. Es posible. Tomen nota, señores profesionales. Tomemos nota. Somos nosotros mismos los que estamos en juego.

«Nos dirigimos a una sociedad que nosotros mismos contribuimos a crear»

1 S. MCCOY, “Hay esperanza: los medios crecerán un 1.000% en 10 años”, Blog ‘Valor añadido’, El confidencial.

Íbid. Cfr.

3 Bienvenido León, “Realidad y ficción en la telerrealidad”, Poéticas de la persona, Comunicación Social ediciones y publicaciones, Salamanca, 2013, p. 306.

4 Francisco J. Pérez Latre, Juan Pablo Artero, Alfonso Sánchez-Tabernero, “Responsabilidad y empresa informativa en Leo Bogart”, Poéticas de la persona, Comunicación Social ediciones y publicaciones, Salamanca 2013, p. 62.

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