UNA PINCELADA DE HOPPER EN LOREAK

LA SOLEDAD TE OBSERVA

Una mirada transmite un sentimiento mucho más completo y profundo que las mil palabras que traten de describirlo. Me pasa con algunas personas, que suscitan más mi curiosidad en su mirada antes de lo que digan o hagan. Imagino que por ello le doy tanta importancia al modo de mirar y al cómo se sea observado. Esas miradas, que uno puede ir redescubriendo a su paso por la calle, en el supermercado, en el parque, en el metro, en un bar o hasta en una gasolinera son las que hacen cine.

Debo admitir que de las miradas nace mi debilidad por las películas contemplativas, las que están formadas por planos que se han propuesto llamar tu atención y no la de quien tienes al lado. Pausados, tranquilos y bellos aun sin pretenderlo, te inquieren a los ojos; y, desde el silencio, comienzan a hablarte despacio, casi en susurros, hasta conseguir abstraerte del mundo. Son instantáneas que permiten un diálogo íntimo con quien decidió qué queda dentro del encuadre y qué fuera.

Así, con el interés de captar su propia esencia, que parece diferente según quien la mire pero que, sin embargo, subyace escondida siendo la misma para cualquiera, surge el intercambio de sensaciones con uno mismo. Solo hay que saber mirar. Esos planos, que uno puede ir reelaborando a su paso por la calle, en el supermercado, en el parque, en el metro, en un bar o hasta en una gasolinera, son los que hacen arte.

Si hay algo que me fascina de Edward Hopper es su manera de reflejar una mirada. Fue un texto de Carmen Martín Gaite, ‘El punto de vista’, el que hizo despertar mi curiosidad hacia el artista. Lo hizo con el siguiente párrafo:

“Edward Hopper era un hombre introvertido, que amaba el anonimato y odiaba las estridencias. Características estas dos imprescindibles para quien quiere mirarlo todo sin perder detalle pero, al mismo tiempo, sin provocar alboroto ni despertar sospechas. Edward Hopper es, sobre todo, mirada”.

Hopper mira de modo que provoca vibraciones positivas a quien contempla alguno de sus cuadros, aunque el cuadro esté inmerso en dramatismo. Eleva la soledad, esa compañera de viaje con la que nadie quiere viajar, al rango de talento. La soledad no es negativa, es vital; y la mente de un artista concibe que la vida es susceptible de convertirse en arte. El pintor es capaz de representar un instante suspendiéndolo en el tiempo. Hopper conecta con mi manera de sentir.
Al igual que me ocurrió con Loreak. Unos segundos dura su primer fotograma: una pantalla negra absoluta acompañada por un ruido evocador de lluvia que se gana el respeto para los próximos minutos de metraje. Cada plano que sigue en el filme, cada instante representado y suspendido en el tiempo, me provocaba una sensación extraña. ¿Qué es lo que tiene Loreak? Una simbiosis con los pinceles de Hopper.

Fue debido a un fotograma en concreto por lo que reconocí al pintor y activé mis sentidos: un plano que encuadraba a una de las protagonistas sentada en una cama, cabizbaja, homenajeando a gritos “Habitación de hotel” de dicho artista.

Empecé a ver la película de otro modo. Se concibe diferente cuando se entienden los cuadros de Hopper como influencia en los fotogramas de Loreak. El tema central, en ambos casos, es la soledad. Edward siempre tiene como centro en sus lienzos a individuos solitarios que, por muy acompañados que puedan encontrarse, se sienten solos. Es la mirada interior que Hopper comparte con los personajes que pinta. La misma mirada que puede apreciarse en la película. Vuelvo a citar palabras textuales de Martín Gaite, siempre teniendo en mente el sincretismo entre los lienzos y las escenas de Loreak:

“Hopper tiene la capacidad de enfatizar psicológicamente lo real y dotarlo de un grado de abstracción que remite a escenas cotidianas. Los personajes de Hopper no solamente son seres “abstractos”, lo cual se explica por su condición de imágenes pintadas, sino que siempre están “abstraídos” ellos mismos, como tocados por el ala a la vez corpórea e incorpórea del instante”.

La mayoría de sus cuadros están protagonizado por mujeres. La suya, en concreto, fue su única modelo. En los “lienzos” de Loreak lo son Ane, Lourdes y Tere que, cada una a su modo, convive con la soledad que les acompaña. En cada vista de Hopper, como en cada plano de Loreak, hay un antes y un después que se sugiere mientras lo mostrado queda suspendido en el tiempo invitándote a contemplarlo. Es ese silencio que se palpa, ese vacío que se percibe, esa falta de comunicación explícita la que aturde y enloquece provocando exigir más.

Una melancolía latente que, aunque el panorama esté compuesto por un número mínimo de figuras, o incluso careciendo de ellas, la propia arquitectura, en sí misma vacía y metafísica, llena el plano con su presencia. Aún pareciendo deshabitada no puede afirmarse que así sea, convirtiéndose en un edificio adimensional con vida.

En una y otra obra queda latente una combinación de seres humanos y elementos retraídos llamando al reencuentro de sí mismos, invadiendo las cuatro esquinas de tristeza y melancolía y provocando que el espectador, al observarlos, quiera comprender su situación pretendiendo ver más allá. Ese propio entendimiento hace sentir una profunda calma, a veces más inexplicable en la situación real que en el propio encuadre.

En los siguientes fotogramas he encontrado similitudes con los cuadros hoppearianos. Ambos dotados por espacios limpios, geométricos, de colores planos y líneas arquitectónicas que encuadran a mujeres aisladas, anónimas, con una sensación agridulce de soledad. Todas con sus propias preocupaciones íntimas sin percatarse de si están siendo o no observadas. La imposibilidad de comunicación y la sensación de incomprensión que todas ellas, cada una a su manera, reflejan es una emoción que transmiten y comparten con quien las mira.

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