Relato de Cicatrices de mar: quiso el destino cobrarse sus deudas.
Frente a ellas, los barcos pesqueros se balanceaban amarrados en el puerto. Un escalofrío punzante se hizo eco. Awa acarició con dulzura la manta que le cubría las piernas y se la pasó autómata por los hombros. Los primeros atardeceres de septiembre siempre han levantado una brisa que amenaza con helar los recuerdos.
Las luces proyectadas por las farolas en el mar, hoy se resisten con un naranja demasiado intenso en contraste con la luz tan tenue que irradia el cielo. Modou retiene absorto la mirada hacia el otro lado de la valla. El litoral infinito se abre a sus pies hasta perderse donde el cielo y el mar se juntan. Exhala un suspiro. Despierta de la hipnosis que le produce el vaivén del agua y se apoya en la malla con los brazos cruzados. Hay lugares como este, en el que los atardeceres se desnudan con un halo mágico imperturbable.
La silla se mantiene en equilibrio y Modou prefiere sentarse en el suelo. Del interior de uno de los barcos, se escapa discreto “No other way” de Paolo Nutini. Sonríe al recordar que esa misma canción también viajaba del balcón de Charlotte hacia el carril bici donde él desplegaba su puesto del top manta. “Cause I love you girl, I don’t want you. I need you and I can’t see no other way” (Chica, te amo, no te quiero. Te necesito y no puedo verlo de otro modo). La melodía impacta directa, noqueándole. Alguien de ese barco pesquero tiene el acierto de pasar a otra canción antes de que a él se le desgarre el estómago.
La silla custodia su propia memoria dándole sentido a su existencia, testigo mudo del poder arrasador que tiene otra mujer para ocupar espacios que no le pertenecen. Defiende cómplice a Awa, que decidió que el cielo rompiera en tormenta aquel atardecer de septiembre.
—Las almas como la tuya solo deberían tener prohibido estar atadas.
Modou sonríe al recordarlo como hizo entonces, cuando la escuchó. En ambas ocasiones, sentado en el mismo suelo; aunque en la primera, su cabeza descansaba apoyada en las rodillas de Awa.
—Permanecer a mi lado es estar atado.
Aquella vez, él levantó la mirada buscando la de ella. Quería decirle que no opinaba lo mismo.
—Me haces falta, Awa. —Se atrevió a decir sin saber qué había de cierto en aquellas palabras.
Ahora, alza la mirada hacia la silla encontrándose con el vacío que dejó la verdad. Awa lo amaba más que a su propia historia. Sin embargo, había pasado a ser espectadora cuando Charlotte se convirtió en escenario.
—Aún no has terminado la travesía. Mientras los demás nos hundimos, tú te mantienes a flote. De los sueños que te quedan por cumplir, yo no formo parte. Ni siquiera he formado parte de los que te trajeron en patera hasta aquí…
Recordar esta frase le destroza. Le hubiera gustado contestarle que estaba equivocada, si no fuera porque la realidad era más poderosa que sus palabras. Modou se incorpora para tomar distancia con la silla maldita y vuelve a desvanecer su mirada en el horizonte.
No lo hace como en aquella tarde, en la que golpeó descontrolado la valla. Mientras tanto, Awa, sentada en la silla, observaba sin inmutarse el balanceo de los barcos amarrados en el puerto. Mostraba una serenidad que él no comprendía. Ella, que se arropaba los hombros con una manta tratando de refugiar a los recuerdos de su tormenta interior. Awa sabía cómo reaccionaría Modou ante una decisión que no fuera tomada por él. La ira dio paso a la calma y sus miradas se cruzaron.
—Te quiero mucho, Modou, pero no te necesito.
En ese mismo instante, el escenario cobró conciencia para ellos. El silencio alzó la voz. Modou saltó el muro y se alejó hasta perderse entre las luces de la ciudad. Hay historias que solo se viven dejándolas marchar.
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